SENDERO LUMINOSO en San Marcos de los ochenta. Un testimonio personal
LOS OCHENTA en San Marcos estuvieron divididos en dos
períodos: del 80 al 85 (año en que yo ingresé) y del 86 al 89. Del primer
período no puedo decir mucho porque no lo viví; lo que sí puedo decir es que
hubo, según algunos estudiantes de la época, intensa actividad política y
cultural, en especial en el patio de Letras que recibía grupos de música y
teatro o, en su defecto, recitales de poesía, eventos que le daban mucho color
y vida a la Facultad. A esos años corresponden esas fotos que de cuando en
cuando aparecen por allí para dar cuenta que Javier Diez Canseco tuvo, alguna
vez, tribuna para hablar en nombre de IU en San Marcos. Lo que vivimos nosotros
fueron rezagos de esos tiempos. Del segundo período puedo decir que fue el
momento más difícil para la universidad. Sendero hacía actividad abierta dentro
de ella. Tan es así que el vicepresidente de la República, Luis Alberto
Sánchez, decía que la universidad era una mata de Sendero, lo cual, viniendo de
él, sonaba a una amenaza de intervención -la cual se concretó en febrero del
87-.
Luis Alberto Sánchez, decía que la universidad era una mata de Sendero, lo cual, viniendo de él, sonaba a una amenaza de intervención
Si el 80 fue el inicio de la guerra popular, el 86 fue
el inicio de la escalada de violencia senderista en diferentes partes del país.
El 18 de junio de ese año, los presos de Sendero se amotinaron en tres penales
de la capital -El Frontón, Lurigancho y Santa Bárbara-. Las noticias de la
rebelión de los presos senderistas llegaron a San Marcos. Y la verdad, aunque
ahora muchos lo quieran negar, era que los querían ver varios metros bajo tierra.
Todavía estaba en la memoria de la gente el atentado contra el presidente del
Jurado Nacional de Elecciones, Domingo García Rada, el año anterior -le
metieron un balazo en la cabeza-.
Cuando llegó al patio de Letras la información del
bombardeo del penal El Frontón -que nos parecía escuchar a la distancia-,
recuerdo haber escuchado por lo menos a uno decir: "Que los maten" (Hubo 248
ejecuciones extrajudiciales, hecho que provocó que el escritor Mario Vargas
Llosa dirigiera una carta abierta a Alan García con el título de "Una montaña
de cadáveres"). Ese mismo día o al día siguiente, una columna de Sendero,
haciendo vivas a las "luminosas trincheras de lucha", la guerra popular y al
"Día de la heroicidad" -nombre con el que bautizaron esa día para recordar a
sus compañeros muertos en los penales-, subía por la rampa de la Facultad que conducía
a Educación y Psicología. Era impresionante, la columna senderista se
desplazaba como una serpiente piso por piso; no terminaba aún de bajar y la
cabeza ya se enroscaba con la cola.
Cuando llegó al patio de Letras la información del bombardeo del penal El Frontón -que nos parecía escuchar a la distancia-, recuerdo haber escuchado por lo menos a uno decir: "Que los maten".
No fue la única vez. En 1987, por el Día de la
heroicidad, creo, Sendero desplegó a lo ancho y largo de la pared lateral del
edificio de Administración, colindante con el Bosquecito de Letras, una inmensa
bandera con sus colores, el rojo de fondo y el dorado con la hoz y el martillo.
Al pie de la bandera había un estrado. Esa vez habían organizado un acto
cultural y, con esos faroles direccionando la luz, el resplandor de esa bandera
se veía con más intensidad en la oscuridad de la noche. Alguno de sus
militantes había ordenado a los trabajadores que apaguen las luces de la Ciudad
y toda ella quedó en tinieblas. Desde la Facultad, en penumbras, muchos nos
guiamos a tientas por las escaleras para alcanzar el tercer piso de Psicología
y contemplar el espectáculo. Era imponente. Pensamos que en cualquier momento
iba a entrar la policía o las Fuerzas Armadas para interrumpirlo, pero no pasó
nada. A los pocos días, la revista Caretas publicó en su
portada "Show terruco en el proscenio de San Marcos".
En el análisis de Sendero no cabía la posibilidad de que el gobierno ingresara a los recintos universitarios donde parte de su militancia se encontraba infiltrada. Lo que esperaba es que el gobierno se mantuviera inerte, temeroso de las protestas que le caerían encima en caso que la policía o el ejército osaran violentar la autonomía de los claustros universitarios. Para Sendero la situación era perfecta: las universidades -y los estudiantes- les servían de escudo en sus planes globales de conquistar el poder. Pero los cálculos no le funcionaron la madrugada del 13 de febrero de 1987. Esa noche el gobierno intervino tres universidades donde se sospechaba había presencia subversiva: San Marcos, la UNI y La Cantuta. Hubo 793 detenidos -entre ellos veinte docentes-.
Se cometió abusos, como usualmente ocurre en este tipo
de operaciones donde la brutalidad le da una patada a la inteligencia: en San
Marcos, mataron a Enrique Pacheco Tenorio, guardián del Centro Médico; a un
alumno se le introdujo una "pata de cabra" en el recto; y a un número
indeterminado de estudiantes los llevaron al Estadio Olímpico y los vejaron; además
hubo una serie de destrozos que dejaron a la universidad más derruida de lo que
estaba. Según un testimonio recogido por La Gaceta Sanmarquina de
ese mes, un(a) estudiante declaró que "cuando se fueron los policías nos dimos
con la sorpresa que no se habían llevado a todos, con algunos compañeros
coincidimos en que, primero, habían escogido algunos cuartos y, luego,
rompieron todas las puertas; un compañero de otro cuarto dijo que había visto a
uno de los oficiales con una lista de nombres y números de cuarto previamente
seleccionados". El rector de San Marcos, Campos Rey de Castro, denunció en el
programa conducido por Hildebrandt, "En Persona", los abusos cometidos por las
fuerzas policiales; el rector de La Cantuta, Melciades Hidalgo, curiosamente
dijo que si se lo hubiesen consultado, él hubiera autorizado el ingreso; y el
rector de la UNI, José Ignacio López Soria, declaró que se había entrado a un
proceso de "militarización y fascistización del país" (Caretas, No.
492).
¿Era necesaria la intervención? Es una pregunta un poco complicada de responder. De hecho, se había violado la autonomía universitaria (solo podía ingresar la policía con orden expresa del rector). Pero habría que precisar qué se entendía por autonomía: si era para defender el derecho de la universidad para autogobernarse, ejercer la libertad de cátedra y todo lo que implicaba el espectro académico; o si se la entendía como extraterritorialidad, como un Estado dentro de otro Estado o embajada en un país extranjero.
¿Fue necesaria la intervención policial a las universidades públicas el 13 de febrero de 1987?
La intervención del 13 de febrero de 1987 fue muy
triste, muy dolorosa para los sanmarquinos de la época. Recuerdo que cuando fui
a la Ciudad, un grupo de estudiantes se había congregado alrededor de la
estatua del "Che" que yacía caída en el suelo; otros, airados, gritaban contra
el gobierno. Y en la vivienda se podía apreciar los estragos que había dejado
la policía a su paso. Como era de esperarse, el alumnado salió a las calles los
días subsiguientes en movilizaciones de protesta que llegaban al centro de Lima
(yo fui detenido, con dos amigos, camino a una de ellas. Dos días estuve en una
carceleta de Seguridad de Estado, hasta que fui liberado unos minutos antes de
que estallara un coche bomba a espaldas de la Prefectura donde quedaba ella)
¿Los resultados de la intervención? Se encontraron 6 revólveres, bombas
caseras, una metralleta policial y abundante folletería y propaganda del MRTA
-la del "negro" León Joya se podía apreciar- y banderas de Sendero. Lo
discutible de esta requisa es que se mostrara todo esto a las cámaras de
televisión al lado de obras de Lenin, Mariátegui y Marx, a los cuales
dudosamente se les podía condenar al exilio intelectual. Eso sí -y los rectores
de las tres universidades intervenidas debían una explicación-: ¿Qué hacían 50
requisitoriados y "de ellos sólo 6 por causas del terrorismo" en los recintos
universitarios (información tomada de las declaraciones del senador Enrique
Bernales al diario La República, 16 de febrero de 1987)? ¿Cómo
podía justificarse esa presencia? Finalmente, ¿cuál fue la actitud de Sendero
tras la intervención? Se replegó, solo por un tiempo.
1988. Ese año Sendero rompe su
silencio y El diario, su vocero periodístico, publica una larga
entrevista a su líder, Abimael Guzmán Reinoso. Lo que dijo allí hizo crujir el
aura de intelectual que el escritor Miguel Gutiérrez le había construido
en La generación 50: un mundo dividido, libro que apareció
publicado el mismo año de la aparición de la entrevista. Gutiérrez escribió: "...
si Abimael Guzmán y el camarada Gonzalo son la misma persona, entonces quien
viene dirigiendo este gran acontecimiento (la guerra popular) es un hombre de
inteligencia superior, de voluntad y disciplina inquebrantables...". Pues bien,
cuando uno terminaba de leer la entrevista, no le quedaba sino asombrarse por
la distancia existente entre lo dicho por Gutiérrez y lo que acababa de leer (Guzmán
era de una indescriptible simpleza intelectual).
En la Facultad de Letras, si bien era cierto que había
infiltrados de Sendero, también lo era que había gente ligada al Partido.
Recuerdo que un dirigente del Centro de Estudiantes de Comunicación Social
terminó en Cantogrande (penal donde eran confinados los presos senderistas);
otro, matón y prepotente, terminó ultimado a balazos por la policía en
Chorrillos (lo encontraron in fraganti haciendo pintas para Sendero); y otra,
bastante conocida, Mónica Feria -que venía de la Católica a estudiar
Lingüística en San Marcos-, fue detenida y acusada años después de pertenecer
al PCP-SL. ¿Cómo eran enrolados? Poco a poco. Primero en el radicalismo de
izquierda y luego, cuando decantaban posiciones, optaban por Sendero o el MRTA
("Beto" León Joya, estudiante de Comunicación muerto en Colombia, integró el
Batallón América del M-19, primo hermano ideológico del MRTA).
¿Dónde estaba guarecido Sendero? En la vivienda
universitaria y el comedor (cuyas dirigencias habían sido copadas por sus
prosélitos). En el estadio de San Marcos se podía divisar pintada en las
graderías una gigantesca hoz y martillo, símbolo del PCP-SL, y en sus astas
flameaban banderitas del Partido. Parecía esa parte de la universidad una zona
liberada. ¿Y las autoridades? Nada, no decían nada. Es que había temor. ¿Y los profesores? ¿Cuál era la posición de los
profesores? Había uno que les hacía el juego. Recuerdo que en una clase de
Materialismo Dialéctico el susodicho profesor dividió a los alumnos en dos
grupos -"Materialistas" e "Idealistas"- para que debatan entre ellos. Hasta
allí todo bien, uno podía aceptar la confrontación dialéctica; pero lo que no
pareció aceptable fue que dejara como tarea a todo el salón la siguiente
pregunta: "Diga usted, por qué Izquierda Unida es revisionista". ¿Sospechoso,
no? Hubo otro que declaró, en una entrevista que le
hizo El diario (ya en manos de Sendero), que este era "un
modelo de comunicación popular". Quienes sino ellos eran los que alimentaban la
imagen de subversiva de la universidad en aquellos tiempos.
¿Cómo era el ambiente? Lamentable. Todo pintarrajeado con consignas de Sendero (las más comunes: "Combatir y resistir", "Rematar el gran salto con sello de oro", "Viva el marxismo-leninismo-maoísmo- Pensamiento Gonzalo"). En la entrada de la Biblioteca de Letras había una iconografía de Sendero que visualmente hacía indistinguible la placa de su inauguración. El MRTA tampoco se quedaba atrás. En el frontis de la Facultad, a la mano izquierda, se podía apreciar el símbolo de la organización liderada por Víctor Polay (un fusil y una porra incaica, coronados con la imagen de Túpac Amaru).
En octubre de ese año, a Hernán Pozo Barrientos, un
estudiante de Antropología, lo mató una bala en la sien que provino del arma de
un policía. Recuerdo que un grupo de estudiantes -entre los que estaba el
antropólogo Rodrigo Montoya- estábamos apostados en una columna de la Facultad
viendo como la policía -provocada, es verdad, por unos cuantos exaltados- hacía
el amago de ingresar. En eso comenzaron a sonar las balas y nos metimos todos
adentro para protegernos. No habían pasado sino unos minutos, cuando vi que
entre varios -uno de ellos era un amigo mío, militante del PUM- cargaban una
pizarra con una persona encima. Era el chico Pozo malherido. "Ayuda,
compañeros, ayuda", decían. Los vi cruzar raudos por el patio de Letras para
cortar camino y llegar más rápido al Centro Médico. En esos momentos, todo era
confusión en la Facultad. A los pocos minutos nos llegó la noticia de su
muerte. Eso nos impactó. Cuando volvimos a la entrada alguien señaló que allí,
al pie de la columna donde habíamos estado un rato antes, le había caído la bala
a Pozo. Me quedé impresionado. En la noche, la televisión -canal 9- informó lo
sucedido. Pozo no fue el único estudiante muerto en una
intervención policial en el campus, lo fueron también Javier Arrasco y Carlos
Barnett, este último estudiante de Derecho.
1989. Los partidos políticos de la izquierda legal
fueron un muro de contención en las pretensiones de tomar el poder por la
fuerza. En la universidad pasó así. El PUM (Partido Unificado Mariateguista) y
su militancia -que, en sus mejores épocas, según me confesó un amigo, tuvo 150
militantes activos en San Marcos- fue por momentos un freno a los intentos de
Sendero por hegemonizar el movimiento estudiantil. Pero esta actitud no fue
gratuita, ni por amor al arte. Lo que pasaba es que el PUM -como Sendero- sentía
la necesidad de enfrentar a un rival que le disputaba los mismos espacios tanto
a nivel nacional -el movimiento campesino y obrero- como universitario. Las
tesis de ambos se sostenían sobre columnas diferentes. Mientras el PUM hablaba
de la Asamblea Nacional (ANP) -como germen de poder- y la autodefensa de masas
(rondas campesinas), Sendero sostenía el tema de la guerra popular y la
importancia de la comunidad campesina para arribar, previa a una
"revolución democrática" (que era así como llamaban a su lucha
armada), al comunismo. Sendero tildaba al PUM, con desdén, de revisionista (y
al MRTA, de "revisionismo armado").
Quien confronta, para ser más precisos, a Sendero es
el sector llamado "libio" encabezado por Javier Diez Canseco y
Eduardo Cáceres, a quienes sus oponentes del otro sector, los
"zorros" -liderados por Santiago Pedraglio y Sinesio López (quien
estaba a favor de un Acuerdo Nacional con el Apra)-, llamaban
"vanguardistas militaristas", pues, por debajo, alentaban la vía
insurreccional, al estilo de Cuba y Nicaragua, para entrar al socialismo (y
para lo cual, se decía, estaban preparando una milicia). Ambos, Sendero y el
PUM, no fueron "partidos de masas". Nunca tuvieron una acogida
mayoritaria en San Marcos. Fueron, en todo caso, "partidos de
cuadros", porque movían militantes alrededor de sus concepciones
marxistas-leninistas. Uno bajo la variante maoísta y el otro bajo la variante
guevarista (por el "Che"). Estas diferencias llegaron, en 1989, al
plano de la discusión teórica. Amauta, vocero del PUM, y El
diario se trabaron en un intercambio de puntos de vista sobre la
coyuntura política que tenía como protagonista el accionar del PCP-SL. Para los
voceros del PUM -en este caso, Raúl Wiener-, la estrategia y táctica militar de
Sendero contradecía en la práctica lo expresado por Mao. Los acusaban de
"aventureristas". Por su parte, los de El diario acusaban
a Diez Canseco y a los diputados y senadores de IU de "cacarear" y de
formar parte del "cretinismo" parlamentario. Las pugnas entre el PUM
y Sendero llegaron a las paredes de la universidad. Las consignas de cada uno
se podían leer sobre todo en las paredes de Ciencias Sociales donde ya no había
un espacio de descanso visual por lo recargadas que estaban.
Una experiencia interesante, en el enfrentamiento de
los estudiantes con Sendero, fue la Coordinadora por la Defensa de San Marcos.
La Coordinadora fue una réplica a mayor escala de la Coordinadora de Letras
formada en la Facultad para las elecciones estudiantiles de 1988. La
Coordinadora por la Defensa de San Marcos estaba integrada en parte por
estudiantes cristianos identificados, me parece, con las posiciones de la
Teología de la Liberación del padre Gutiérrez (por lo menos, conocí a un par de
ellos que iban por esa línea). Uno de sus principales animadores, y propulsor,
era Zenón De paz, hoy profesor de Filosofía de la Facultad. Su prueba de fuego
más importante ocurrió en una fecha que no puedo determinar exactamente, pero
que coincidió con un paro convocado por Sendero. Esa vez, recuerdo, la
Coordinadora organizó una marcha por la universidad para responder al paro
convocado por Sendero. El clímax de esta marcha -en la que participé invitado
por Zenón- se suscitó en el momento que la columna de la Coordinadora se cruzó
con la de Sendero -que salió también a marchar- en la Facultad de Ciencias
Sociales. Fue ése un momento electrizante. Recuerdo que fue saliendo de
Sociales cuando las dos se vieron frente a frente. La de Sendero entraba
mientras la de la Coordinadora salía. En silencio ambas se miraron. En los
alrededores habían estudiantes contemplando la escena. Por un momento se pensó
que iba a haber un enfrentamiento con los "sacos" -así se les llama a
los de SL-. Pero no, no pasó nada. Todo terminó en paz.
El 9 de enero de ese año, en la universidad, se suscitó un hecho que involucró a toda la comunidad universitaria. A un joven estudiante de Psicología la gente de Sendero lo bañó en pintura negra como represalia por haber arrancado una propaganda del Partido de las paredes de la Escuela de Psicología. Todo ocurrió en la clase de César Krüger Castro, a la sazón decano de la Facultad de Letras. Esa agresión fue denunciada por nosotros como representantes estudiantiles del Tercio en un comunicado publicado por la revista Sí. Fue el único, desde adentro de la universidad, de esos años.
Fueron los años correspondientes entre 1986 y 1989, años muy duros, muy
difíciles, para la universidad. Fueron años de intervención policial, de
bombazos en las calles, apagones, huelgas, muertes en el campus universitario, presencia
de Sendero en las aulas, de pintas que perturbaban todo lo que significativa un
clima de tranquilidad académica, de violencia inusitada en el país, de renuncia
de rectores como Cornejo Polar fatigados por la intolerancia política, de
debates infructuosos de los estudiantes más radicalizados que terminaban en
roturas de vidrios en las aulas de la Facultad, de disputas entre el PUM y
Patria Roja por la captura del local de la Federación de Estudiantes del Perú
-que, alguna vez, terminó en pistoletazos-; pero también fueron años que, con
ojos de asombro, los de la juventud, uno veía un mundo nuevo, los escarceos amorosos, iba al cine y vivía la timidez del primer amor universitario. En otras palabras, los del camino a la madurez.