ELOY JÁUREGUI, PERIODISTA PARA ARMAR
CRONIQUERO, aventurero de la vida y un fanático de la salsa, Eloy Jáuregui es ya una leyenda del periodismo peruano. En esta nota, al pie del sofá, se hace un repaso de su vida, de sus recuerdos más entrañables en la prensa y la televisión locales, y de su barrio de Surquillo que llena de nostalgia su existencia.
NOS RECIBIÓ con una cojera en el pie derecho. "Estoy medio Lévano, medio Mariátegui", dijo cuando al fin se tumbó en el sofá del tercer piso de su casa en Santa Anita. Eloy Jáuregui, a sus 61 años, sigue vigente como Willy Colón y Rubén Blades. "Estaba bien", dice haciendo un gesto de mohín por la pierna maltrecha. "Me iba a una entrevista en Radio Nacional. El taxi donde estaba se chocó con una cúster por la avenida 28 de Julio. Yo salí como pez por la ventana, pero así fui caminando a la radio. Me interesaba la entrevista. Me van a operar dentro de dos semanas". Desde que llegamos no paraba de hablar. "Es alguien solo para escuchar", me advirtió el periodista que había concertado el encuentro. "No hablemos de política", propuso Eloy mientras llenaba con dificultad las copas con el Cabernet Sauvignon que había llevado José para celebrarlo. "De política, no".
NOS RECIBIÓ con una cojera en el pie derecho. "Estoy medio Lévano, medio Mariátegui", dijo cuando al fin se tumbó en el sofá del tercer piso de su casa en Santa Anita.
En
qué momento se jodió Jáuregui para el periodismo
"Mi mamá me jodió cuando me hizo escuchar la radio", recordó. Y comenzó a teclear con los dedos el aire. "Allí comencé a hacerme periodista, leyendo El Gráfico de niño, y escuchando a la Sonora Matancera. Así fue". Prosiguió: "Cuando estuve en Cuba la primera vez, les cuento, les dije a mis vecinos: 'Yo, en mi infancia, escuchaba esto (y señaló el video de salsa cuyo sonido inundaba el departamento)'. "¿En dónde, chico". "En mi barrio de Surquillo". "¿Y en dónde queda eso?", le preguntaron de nuevo marcando más la voz nasal del cubano típico. "En Perú", contestó. "¿Y dónde queda eso? ¿En Madagascar?". "Los cojudos creían que el Perú quedaba en el África". Salud, maestro.
Solo
para cazadores
En una pared luce colgada la foto emblemática del legendario grupo Hora Zero. Más cerca, en una mesita donde está el teléfono, se puede ver un libro de Ribeyro (Antología personal), con una dedicatoria en la primera página que nos mostró con orgullo. "Fui el único que lo entrevistó para la televisión", dijo. Enseguida contó cómo hizo para entrevistarlo para Panorama, el programa donde trabajaba. Fue en el 94. Resultó que Julio Ramón Ribeyro había ganado el premio Juan Rulfo de las Letras, y Jáuregui lo llamó a su casa. Ribeyro se enteró por él del premio. Como era sabido, el autor de Sólo para fumadores no concedía entrevistas. Jáuregui lo emboscó. Supo que iba a estar en una feria del libro. Hizo su colita para la firma de autógrafos, y ya cuando lo tuvo al frente, con el camarógrafo al lado, Ribeyro no se pudo negar, le puso cara de circunstancias, como diciendo qué me queda, pues. Lástima que la entrevista no esté en la red (Ahora ya lo está). Según Eloy, fue una entrevista memorable. Y el programa Panorama de esa noche, inolvidable.
"¿Y en dónde queda eso?", le preguntaron de nuevo marcando más la voz nasal del cubano típico. "En Perú", contestó. "¿Y dónde queda eso? ¿En Madagascar?". "Los cojudos creían que el Perú quedaba en el África".
Me
voy pa' la Habana y no vuelvo más
"En La Habana no hay casa donde no haya un video salsero con la voz de Saravá. En todas hay", dijo extendiendo las manos. Enseguida imitó la voz de Aparicio Porta. "Saraváaa".
Yo: ¿Y piensas regresar a La Habana -Jáuregui es admirador de la belleza cubana y el mar de Varadero (además del libro de Cabrera Infante, Tres tristes tigres)-?
Él: Sí.
Yo: Pienso que vas a volver....
(Jáuregui se despachó un rato con un elogio de Lima que hubiera hecho palidecer a Ricardo Palma y al mismo Porras Barrenechea)
Jáuregui: ¿Tú crees?
Yo: Sí.
Por
mi culpa, mi apá no fue 'chancletero'
Jáuregui se deleitaba recordando anécdotas de su infancia y juventud. "Mi papá y mi mamá eran de Arequipa". Contó cómo su madre se hacía de rogar con su padre antes de comprometerse. "Yo soy el sexto, todos le salieron mujeres a mi viejo. Yo me salvé".
Eloy,
el rompehuelgas
Yo leí -me animé a preguntarle, otra vez- que cuando trabajabas en Página Libre, allá por 1990, Guillermo Thorndike y tú fueron protagonistas de una anécdota en relación a una huelga que hicieron los periodistas del diario. ¿Te acuerdas cómo fue?
Eso fue así. Pasaban 1, 2, 3, 4 meses y no nos pagaban. Hubo una reunión con el "gordo" (Thorndike, por entonces era director de Página Libre), mi amigo, yo trabajaba con él. Todos hablaban y yo estaba a un lado tratando de arreglar el cierre de mi casaca que se había atracado. Estaba así (Jáuregui se hace un nudo humano y aprieta con las manos el borde de su camisa), y no podía. Así estaba, hasta que después de un rato Guillermo voltea y me mira: "Eloy, ¿qué tienes?". "Aquí, esto" (y le enseña el problema). Se acerca y trata de solucionarlo. El asunto es que todos me fueron a ver y se olvidaron de la huelga y de lo que estaban hablando. Luego el gordo me regaló una casaca. La otra se la regalé al negro que era su guardaespalda ("porque andaba resguardado"). "Toma", le dije, y se la di. Así fue.
Estaba así (Jáuregui se hace un nudo humano y aprieta con las manos el borde de su camisa), y no podía. Así estaba, hasta que después de un rato Guillermo voltea y me mira: "Eloy, ¿qué tienes?".
El resto de la tarde en que le caímos, Jáuregui se la pasó evocando su barrio de Surquillo, sus indagaciones en una especie de escritura móvil (que era más fácil hacer gracias a la tecnología del procesador de textos, ya que posibilitaba que lo redactado se pudiera desplazar indistintamente de un lugar a otro al ritmo de la velocidad de la mente, y sin perder vigor -el truco era que tuvieran mucha acción-), sus mataperradas juveniles, sus intentos de ser cantante de tangos -que su padre, más pronto que tarde, censuró-, y los recuerdos de las mujeres cubanas que lo atendían -de inimaginables maneras- cuando iba a La Habana. Al final de la jornada, cuando las dos botellas de vino estaban casi secas, el periodista sentenció: "Hemos fundado el Ministerio del Gozo", y nos despidió, no sin antes recomendarnos que le consiguiéramos un "huesero", pues ya no podía soportar la pierna que le estaba jodiendo.
Hasta ahora lo estamos haciendo.
Lima, 25 de julio de 2016