CAMUS, DEFOE Y LA PANDEMIA
ES INEVITABLE la comparación entre La Peste de Camus y la crónica de Daniel Defoe, El diario del año de la peste. Ambas tratan de un mismo tema: la letal epidemia que asola a una población. Dos ciudades son las protagonistas, Orán y Londres, respectivamente. La diferencia estriba en que la primera es una ficción y la segunda una recreación basada en hechos reales. En el relato de Camus, la historia se abre con la aparición de una rata muerta en el rellano de la escalera de un inmueble. Esa rata hace las veces de señuelo para atraer la atención del lector, como lo fue la moneda en la plaza de Yanahuarca en Redoble por Rancas (1970), la novela de Scorza. Defoe, haciendo uso de su oficio de periodista, hace un registro de lo que azota la ciudad, la cantidad de muertos, y su incremento, por día. El pasmo y temor de los habitantes es retratado.
En la versión cinematográfica (1992), que tuvo como protagonista a William Hurt en el papel del doctor Rieux, nada apegada al inicio con el texto literario que la inspira, se escucha una voz en off decir:
«El cronista debe escribir: 'Esto es lo que ocurrió', y suprimir cualquier sentimiento personal. Lo que le impide involucrarse es el saber que su sufrimiento no difiere del de ningún otro. Su obligación consiste en anotar todo cuanto recuerda. Sin embargo, no debería olvidar nunca que su memoria será la memoria de todos».
Esa fue, por cierto, la labor de Defoe, la de rescatar la memoria de un drama colectivo.
El narrador de La Peste irrumpe en el relato en dos oportunidades. Interfiere. Eso contraviene la máxima de Vargas Llosa, la del narrador invisible tomada de Flaubert y explicada en La orgia perpetua (1975). Esa impertinencia de Camus responde a la estrategia de narradores decimonónicos como Víctor Hugo y Ciro Alegría en El mundo es ancho y ajeno. ¿Será por ello que la llamó Vargas Llosa una "obra mediocre"? Por esa visibilización del escritor en el texto, a diferencia de Flaubert en Madame Bovary donde este es disuelto. La novela de Camus es visitada de nuevo por el gran público el 2020 cuando se declaró un estado de alerta sanitaria mundial debido al Covid-19. Los lectores corrieron a buscar el libro para encontrar respuestas a lo que venía ocurriendo: una especie de gripe letal comenzaba a diezmar a poblaciones de diversas partes del mundo y no sabían cómo detenerla. Los científicos no tenían la certeza a qué estaban enfrentando. Decían que todo se había iniciado en una población ignota llamada Wu han. Los médicos, como el Rieux de La Peste, navegaban más en la incertidumbre que en la claridad. De nuevo, como en el Londres de Defoe, la gente exhibía su temor. Cualquiera podía traer al enemigo consigo. Un abrazo podía ser fatal. Se reportaron casos de gentes que morían en la calle. En esa búsqueda de respuestas, se hurgó también en las páginas del Diario. Fue motivo de recensiones periodísticas y el lector, superando el escalofrío por las pilas de muertos que figuraban en las listas consignadas por el escritor, quiso, en esa situación inédita que vivía, hallar una explicación, una salida, unas palabras de alivio en medio del miedo y la congoja.
Para escribir La Peste, Camus se documentó. En la página de Gallimard, la editorial que lo tuvo como lector de textos, se pueden leer fragmentos de una carta que escribió a su antiguo profesor de filosofía, Jean Greanier, donde le cuenta sobre el proyecto del libro que está trabajando y donde también afirma haber leído información histórica y médica. Este proceso de empaparse con todo lo referido al tema que lo convoca recuerda el método de Vargas Llosa para dar forma a sus novelas. Como se sabe el escritor peruano para componer La Casa Verde, La guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo, viajó a la selva de Santa María de Nieva, visitó el escenario de la rebelión de Canudos y recaló en República Dominicana para rescatar recuerdos de la dictadura de Trujillo. Eso le permitía fantasear sobre hechos reales, los que aderezaba con una buena dosis de ficción. Así también se explica el realismo de la novela camusiana, impregnada con el clima soporífero, angustiante y tenso, que vivían los habitantes de Orán que la poblaban.
El relato de Defoe está escrito en primera persona, desde el testimonio del observador que mira los trágicos acontecimientos que lo rodean. La estrategia narrativa, en cambio, de Camus es, por momentos, la del narrador invisible. El doctor Rieux y Paneloux, el párroco de Orán, son sus títeres. Paneloux, portador de la palabra de Dios, explicaba el origen divino de la peste. La trae a colación, por su parte, el narrador del Diario cuando rescata el Salmo 91, versículo segundo, de la Biblia:
«Diré del Señor: Él es mi refugio y mi alcázar; mi Dios en quien confiaré. Pues Él te librará de las asechanzas de los cazadores; y de la peste maligna. Te cubrirá con sus plumas; y bajo sus alas te acogerás: tu escudo y broquel su fidelidad será. No temerás el terror nocturno, ni la flecha que vuela de día; ni la peste que vaga en las tinieblas, ni la destrucción que asola a mediodía. Caerán mil a tu lado, y diez mil a tu diestra, mas no se acercará a ti.»
Acogerse a la piedad divina frente al estrago y el dolor que provoca el mal desconocido es un mecanismo de defensa humano. Aparece para recordarle su mortalidad y para decirle que sus excesos en el mundo atraen el castigo celestial.
La relación entre La Peste y la invasión nazi a Francia no la vemos. La cree ver Foucault. Del esparcimiento de la plaga en Orán se ha hecho una metáfora que alude la ocupación del ejército alemán en territorio francés durante la Segunda Guerra Mundial. En la lectura del texto literario no vemos que la haya camuflado el escritor. Pero, hagamos una concesión, ¿impactó lo ocurrido de una manera inconsciente en la psiquis del novelista? ¿Encontró Camus un territorio en la escritura para, desde allí, desgarrarse y lanzar un grito ahogado de desesperación y rechazo? Ya no está el novelista para aclararlo.
La pandemia casi ha
acabado. La aventura de un amigo, también. Cuando comenzó me decía que un
acontecimiento de ese tipo solo se vive una vez. Una locura, un desvarío de su
parte, no lo sé. Lo cierto es que los niños están volviendo a la escuela y los
jóvenes disfrutando de las fiestas y socializando de nuevo. Los buses lucen
llenos otra vez y los apretujamientos, también. Todo regresa a su estado
anterior. La tecnología que ayudó a la comunicación virtual de unos y otros, forma
ya parte de nuestro modo de vida. El virus parece haberse licuado en una
versión inocua. Defoe y Camus pasan al olvido. Sus libros son devueltos a los
estantes de las bibliotecas. ¿Hasta cuándo? No lo sabemos. Hagamos votos para
que sean reabiertos como objeto de estudio y no en circunstancias donde reinen
los temores, la histeria y la sinrazón.